Nací para poeta o para muerto,
escogí lo difícil
-supervivo de todos los naufragios-,
y sigo con mis versos,
vivita y coleando.
Nací para puta o payaso,
escogí lo difícil
-hacer reír a los clientes desahuciados-,
y sigo con mis trucos,
sacando una paloma del refajo.
Nací para nada o soldado,
y escogí lo difícil
-no ser apenas nada en el tablado-,
y sigo entre fusiles y pistolas
sin mancharme las manos.
lunes, 22 de diciembre de 2008
sábado, 6 de diciembre de 2008
lunes, 1 de diciembre de 2008
lunes, 8 de septiembre de 2008
Espejismo - Marcelo Choren
A John Coyne
-Mucho calor - afirmó Osvaldo, alcanzándole otra cerveza al Turco.
-Mucho para ser octubre.
Llevaban una semana en la casa. Una semana mirando la nada, aburriéndose con un mazo de cartas, y esperando que el teléfono sonara de una buena vez.
Habían llegado de noche, en un Mercedes bastante nuevo y con el baúl cargado de provisiones. Los caminos vecinales, huellas serpenteantes entre pajonales resecos, los ocultaron de posibles curiosos.
Bajo la galería, el aire caldeado anticipaba el verano. Los dos hombres mantenían en las sillas sobre las patas traseras, apoyando los respaldos en la pared de tablas despintadas. Ambos vestían ropa amplia y usaban anteojos negros. La mesa que los separaba se cubría de latas de Budweiser y un cenicero rebosante.
Frente a ellos, el desierto pampeano: un ardiente océano, ocre, manchado de espejismos líquidos, bajo un arco de metal fundido. En el horizonte, se achicharraba un monte de espinillos.
-Odio esperar -Osvaldo se desprendió la camisa manchada de sudor.
-Es parte del trabajo -dijo el Turco, y se encogió de hombros.
-Sos un conformista, vos.
-No. Soy un profesional. Y hasta que no nos llamen, nos quedamos bien quietitos.
-Pero yo necesito distraerme.
El Turco desenfundó la Browning, le sacó el cargador, accionó la corredera, y espió la recámara.
-Arena de mierda -dijo-, parece talco. Se te mete en todos lados.
-Ahá.
Una brisa tórrida cruzó la galería. El desierto les resollaba en la cara con un soplo áspero.
-Cuando era pibe -dijo Osvaldo-, mi viejo me regaló un Meccano. ¿Te acordás del Meccano? Bueno, me regaló el más grande. Mi viejo era así. Me vendría bien tenerlo acá.
-¿Al juguete o a tu viejo?
-A cualquiera.
-Yo no tuve a ninguno de los dos -dijo el Turco-. O sí, media docena de "viejos", tuve.
Volando en una espiral abierta, un carancho planeó ante los hombres. La cabeza oscilaba con lentitud.
-Parece muerto -dijo Osvaldo-. Vuela, y parece muerto.
El Turco metió el cargador y desplazó la corredera. Afirmando la culata con las dos manos, hizo fuego.
El estampido ahogó el retintín de la vaina, que rebotó en la galería y se perdió en el patio polvoriento. El pájaro se elevó de costado, y cayó con las alas desplegadas; se estrelló en la arena, las patas hacia arriba.
-Ahora está muerto de verdad, y no vuela -dijo el Turco, que se rió.
-¿Qué hacés, boludo,? me dejaste sordo.
-¿Boludo? -preguntó sin dejar de reírse-. ¿Boludo, a quién?
-A vos, boludo -refunfuñó Osvaldo-. ¡Qué pelotudo sos! -empujó el meñique en el oído y lo agitó.
-Pedime disculpas.
La risa había cesado, pero el Turco seguía mostrando sus dientes caballunos, y la Browning apuntaba a la cabeza de Osvaldo.
-¿Qué hacés? -Osvaldo torcía la cara, y agitaba una mano frente al ojo oscuro, vacío, de la Browning-. Dejá eso tranquilo, no seas bolú... ¡No jodás, che!
-Pedime disculpas -en la voz del Turco había una helada placidez.
Los espejismos se habían concentrado en una franja. Osvaldo tuvo una ocurrencia fugaz: el monte de espinillos, convertido en manglar, hundía sus raíces en un mercurio tembloroso y volátil. El desierto se inundaba minuto a minuto, amenazando con sumergir la casa y los hombres.
-¡Salí! -su propia voz aguda disolvió la alucinación-. ¡Apuntá para otro lado!
-Pedime disculpas.
-¡Bueno, disculpame, Turco! ¡Disculpame!
La segunda detonación fue una especie de tos seca. Osvaldo se ladeó, igual que el carancho. Una crema roja, con grumos grises, salpicó las tablas carcomidas de la pared.
-No te disculpo nada -dijo el Turco.
Entonces, Osvaldo enderezó la cabeza deformada y chorreante.
-Disculpame, Turco -repitió-. ¡Disculpame!
El Turco apretó de nuevo el gatillo, una y otra vez. A cada disparo, la cabeza volvía a enderezarse y a suplicar:
-Disculpame, Turco. ¡Disculpame!
Pequeñas olas de espejismo rompieron contra el muelle de la galería.
Dentro de la casa, apagado por el estruendo de los tiros y la voz de Osvaldo, el teléfono comenzó a sonar.
Este cuento pertenece al libro El mejor amigo, de Marcelo Choren.
-Mucho calor - afirmó Osvaldo, alcanzándole otra cerveza al Turco.
-Mucho para ser octubre.
Llevaban una semana en la casa. Una semana mirando la nada, aburriéndose con un mazo de cartas, y esperando que el teléfono sonara de una buena vez.
Habían llegado de noche, en un Mercedes bastante nuevo y con el baúl cargado de provisiones. Los caminos vecinales, huellas serpenteantes entre pajonales resecos, los ocultaron de posibles curiosos.
Bajo la galería, el aire caldeado anticipaba el verano. Los dos hombres mantenían en las sillas sobre las patas traseras, apoyando los respaldos en la pared de tablas despintadas. Ambos vestían ropa amplia y usaban anteojos negros. La mesa que los separaba se cubría de latas de Budweiser y un cenicero rebosante.
Frente a ellos, el desierto pampeano: un ardiente océano, ocre, manchado de espejismos líquidos, bajo un arco de metal fundido. En el horizonte, se achicharraba un monte de espinillos.
-Odio esperar -Osvaldo se desprendió la camisa manchada de sudor.
-Es parte del trabajo -dijo el Turco, y se encogió de hombros.
-Sos un conformista, vos.
-No. Soy un profesional. Y hasta que no nos llamen, nos quedamos bien quietitos.
-Pero yo necesito distraerme.
El Turco desenfundó la Browning, le sacó el cargador, accionó la corredera, y espió la recámara.
-Arena de mierda -dijo-, parece talco. Se te mete en todos lados.
-Ahá.
Una brisa tórrida cruzó la galería. El desierto les resollaba en la cara con un soplo áspero.
-Cuando era pibe -dijo Osvaldo-, mi viejo me regaló un Meccano. ¿Te acordás del Meccano? Bueno, me regaló el más grande. Mi viejo era así. Me vendría bien tenerlo acá.
-¿Al juguete o a tu viejo?
-A cualquiera.
-Yo no tuve a ninguno de los dos -dijo el Turco-. O sí, media docena de "viejos", tuve.
Volando en una espiral abierta, un carancho planeó ante los hombres. La cabeza oscilaba con lentitud.
-Parece muerto -dijo Osvaldo-. Vuela, y parece muerto.
El Turco metió el cargador y desplazó la corredera. Afirmando la culata con las dos manos, hizo fuego.
El estampido ahogó el retintín de la vaina, que rebotó en la galería y se perdió en el patio polvoriento. El pájaro se elevó de costado, y cayó con las alas desplegadas; se estrelló en la arena, las patas hacia arriba.
-Ahora está muerto de verdad, y no vuela -dijo el Turco, que se rió.
-¿Qué hacés, boludo,? me dejaste sordo.
-¿Boludo? -preguntó sin dejar de reírse-. ¿Boludo, a quién?
-A vos, boludo -refunfuñó Osvaldo-. ¡Qué pelotudo sos! -empujó el meñique en el oído y lo agitó.
-Pedime disculpas.
La risa había cesado, pero el Turco seguía mostrando sus dientes caballunos, y la Browning apuntaba a la cabeza de Osvaldo.
-¿Qué hacés? -Osvaldo torcía la cara, y agitaba una mano frente al ojo oscuro, vacío, de la Browning-. Dejá eso tranquilo, no seas bolú... ¡No jodás, che!
-Pedime disculpas -en la voz del Turco había una helada placidez.
Los espejismos se habían concentrado en una franja. Osvaldo tuvo una ocurrencia fugaz: el monte de espinillos, convertido en manglar, hundía sus raíces en un mercurio tembloroso y volátil. El desierto se inundaba minuto a minuto, amenazando con sumergir la casa y los hombres.
-¡Salí! -su propia voz aguda disolvió la alucinación-. ¡Apuntá para otro lado!
-Pedime disculpas.
-¡Bueno, disculpame, Turco! ¡Disculpame!
La segunda detonación fue una especie de tos seca. Osvaldo se ladeó, igual que el carancho. Una crema roja, con grumos grises, salpicó las tablas carcomidas de la pared.
-No te disculpo nada -dijo el Turco.
Entonces, Osvaldo enderezó la cabeza deformada y chorreante.
-Disculpame, Turco -repitió-. ¡Disculpame!
El Turco apretó de nuevo el gatillo, una y otra vez. A cada disparo, la cabeza volvía a enderezarse y a suplicar:
-Disculpame, Turco. ¡Disculpame!
Pequeñas olas de espejismo rompieron contra el muelle de la galería.
Dentro de la casa, apagado por el estruendo de los tiros y la voz de Osvaldo, el teléfono comenzó a sonar.
Este cuento pertenece al libro El mejor amigo, de Marcelo Choren.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
domingo, 31 de agosto de 2008
Burgueses dubitativos - Erik Knudsen
¿Sientes vergüenza, estás harto de
este mundo rico blanco tuyo
explotación, racismo, genocidio
«libertad», «democracia»... tú detestas
todo eso. Bien. Tu mala conciencia
es una señal de vida. No eres un caso perdido
como los imperialistas y
sus pequeños agentes de ojos ciegos. Pero
¿qué estás dispuesto a hacer con tu vergüenza?
¿Para qué la empleas?
II
Tu corazón con los rebeldes
Tus pies en un suelo rico
Playboy
de la Revolución
III
Olvida que naciste
blanco y rico
¿Era Marx proletario?
¿Lo era Engels?
¿Lenin?
¿Brecht?
Tú también puedes hacer algo
Tú también puedes mostrar tu solidaridad
con los oprimidos y los rebeldes
tienes que ajustar cuentas contigo mismo
tienes que ajustar cuentas con tu clase:
Deserta
este mundo rico blanco tuyo
explotación, racismo, genocidio
«libertad», «democracia»... tú detestas
todo eso. Bien. Tu mala conciencia
es una señal de vida. No eres un caso perdido
como los imperialistas y
sus pequeños agentes de ojos ciegos. Pero
¿qué estás dispuesto a hacer con tu vergüenza?
¿Para qué la empleas?
II
Tu corazón con los rebeldes
Tus pies en un suelo rico
Playboy
de la Revolución
III
Olvida que naciste
blanco y rico
¿Era Marx proletario?
¿Lo era Engels?
¿Lenin?
¿Brecht?
Tú también puedes hacer algo
Tú también puedes mostrar tu solidaridad
con los oprimidos y los rebeldes
tienes que ajustar cuentas contigo mismo
tienes que ajustar cuentas con tu clase:
Deserta
Traducción de Francisco J. Uriz
martes, 19 de agosto de 2008
martes, 12 de agosto de 2008
Invierno - Muhammad Al Magut
Como lobos en una estación seca
Germinamos por todas partes
Amando la lluvia,
Adorando el otoño.
Un día incluso pensamos en mandar
Una carta de agradecimiento al cielo
Y en lugar de un sello
Pegarle
Una hoja de otoño.
Creíamos que las montañas se desvanecerían,
Los mares se desvanecerían,
Las civilizaciones se desvanecerían
Pero permanecería el amor.
De pronto nos separamos:
A ella le gustan los grandes sofás
Y a mí me gustan los grandes barcos,
A ella le gusta susurrar y suspirar en los cafés
Y a mí me gusta saltar y gritar en las calles.
A pesar de todo
Mis brazos se abren al universo
Esperándola.
Germinamos por todas partes
Amando la lluvia,
Adorando el otoño.
Un día incluso pensamos en mandar
Una carta de agradecimiento al cielo
Y en lugar de un sello
Pegarle
Una hoja de otoño.
Creíamos que las montañas se desvanecerían,
Los mares se desvanecerían,
Las civilizaciones se desvanecerían
Pero permanecería el amor.
De pronto nos separamos:
A ella le gustan los grandes sofás
Y a mí me gustan los grandes barcos,
A ella le gusta susurrar y suspirar en los cafés
Y a mí me gusta saltar y gritar en las calles.
A pesar de todo
Mis brazos se abren al universo
Esperándola.
Traducción de María Luisa Prieto
martes, 5 de agosto de 2008
Vuelta a Casa - Cle@
Muchos somos los casos que a los 17 o 18 años decidimos irnos de la casa de nuestros padres para estudiar en la universidad. Ya sea a Buenos Aires, a La Plata, a Bariloche o a Entre Ríos, nos fuimos. Llenos de sueños, marchamos para estudiar algo que en Mercedes, o en la Universidad de Luján no estaba como oferta estudiantil. Tuvimos la oportunidad económica o lo que sea que el destino nos permitió, salimos a volar y vivir por nosotros mismos. Tal vez, sabiendo que volveríamos muy seguido al refugio natal por nuestros padres o por los amigos que se quedaron.
Luego de cuatro, cinco o más años de carrera, por fin terminamos. Y nos vimos en un aprieto. Después de dar más de treinta exámenes, con trabajos prácticos. Después de comprar semanalmente la comida, manejarnos en colectivo, tren o subte. Después de rebuscarnos para pagar los impuestos o aguantarnos a la gente con la que vivimos, que suelen ser nuestros propios hermanos o nuestros mejores amigos. Volvimos. Sí, decidimos volver, porque en dónde estamos tampoco hay trabajo, o porque estamos cansados de ese lugar o simplemente porque tuvimos la necesidad de acompañar a nuestros padres.
Llegamos a la ciudad y los conocidos y desconocidos de siempre, comienzan a bajarnos las expectativas: “¿Qué estudiaste?”... ..."¿Y de qué te sirve la Oceanografía en Mercedes?”. Recapacitamos y nos dimos cuenta que tanto Oceanografía, o Geología, o Diseño Gráfico o incluso Comunicación Social no encajaba muy fácil en Mercedes. Nos teníamos que abrir un nuevo camino.
Volvíamos a una ciudad donde la convención dice que tenés que ser Abogado, Contador Público o Administrador de Empresa, Médico, Comerciante o, a lo sumo, Asistente Social o Arquitecto. Incluso se plagó de Docentes en todas las ramas. Pero, vos, en cambio, no tuviste mejor idea que estudiar algo relativamente nuevo y desconocido cuando empezaste. Algo que te llamó la atención e imaginaste que te iba a sacar de esa ciudad en la que creciste. Algo que te costó mucho para llevar adelante, porque sabes que no es tan fácil estar sólo en una ciudad grande y semidesconocida.
Pero necesitaste retornar, con un título bajo el brazo (o a punto de recibirlo). Un título que varios desconocen en qué podes trabajar, que no saben en qué consiste tu carrera, un título en una ciudad que creció tanto y cambió tanto que ya no conoces a nadie.
Y te das cuenta que el sueño es otro, la experiencia es mayor, ya que creciste en estos años, pero la desorientación, también es mayor. Empezar a buscar el poco trabajo que hay o rebuscártela para hacerte lugar se volvió tu objetivo. Soñar con hacer algo que tenga que ver con lo que estudiaste es tu meta. Y pensás: “Volver a casa es volver a empezar."
Luego de cuatro, cinco o más años de carrera, por fin terminamos. Y nos vimos en un aprieto. Después de dar más de treinta exámenes, con trabajos prácticos. Después de comprar semanalmente la comida, manejarnos en colectivo, tren o subte. Después de rebuscarnos para pagar los impuestos o aguantarnos a la gente con la que vivimos, que suelen ser nuestros propios hermanos o nuestros mejores amigos. Volvimos. Sí, decidimos volver, porque en dónde estamos tampoco hay trabajo, o porque estamos cansados de ese lugar o simplemente porque tuvimos la necesidad de acompañar a nuestros padres.
Llegamos a la ciudad y los conocidos y desconocidos de siempre, comienzan a bajarnos las expectativas: “¿Qué estudiaste?”... ..."¿Y de qué te sirve la Oceanografía en Mercedes?”. Recapacitamos y nos dimos cuenta que tanto Oceanografía, o Geología, o Diseño Gráfico o incluso Comunicación Social no encajaba muy fácil en Mercedes. Nos teníamos que abrir un nuevo camino.
Volvíamos a una ciudad donde la convención dice que tenés que ser Abogado, Contador Público o Administrador de Empresa, Médico, Comerciante o, a lo sumo, Asistente Social o Arquitecto. Incluso se plagó de Docentes en todas las ramas. Pero, vos, en cambio, no tuviste mejor idea que estudiar algo relativamente nuevo y desconocido cuando empezaste. Algo que te llamó la atención e imaginaste que te iba a sacar de esa ciudad en la que creciste. Algo que te costó mucho para llevar adelante, porque sabes que no es tan fácil estar sólo en una ciudad grande y semidesconocida.
Pero necesitaste retornar, con un título bajo el brazo (o a punto de recibirlo). Un título que varios desconocen en qué podes trabajar, que no saben en qué consiste tu carrera, un título en una ciudad que creció tanto y cambió tanto que ya no conoces a nadie.
Y te das cuenta que el sueño es otro, la experiencia es mayor, ya que creciste en estos años, pero la desorientación, también es mayor. Empezar a buscar el poco trabajo que hay o rebuscártela para hacerte lugar se volvió tu objetivo. Soñar con hacer algo que tenga que ver con lo que estudiaste es tu meta. Y pensás: “Volver a casa es volver a empezar."
sábado, 2 de agosto de 2008
jueves, 31 de julio de 2008
Preámbulo a las Instrucciones para dar cuerda al reloj - Julio Cortázar
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
martes, 29 de julio de 2008
lunes, 28 de julio de 2008
Margarita o el Poder de la Farmacopea - Adolfo Bioy Casares
No recuerdo por qué mi hijo me reprochó en cierta ocasión:
-A vos todo te sale bien.
El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menos, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía:
-No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente.
-El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba.
-Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad.
-No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.
A pesar de su inteligencia, mi nuera no lograba convencerme. En busca de culpas examiné retrospectivamente mi vida, que ha transcurrido entre libros de química y en un laboratorio de productos farmacéuticos. Mis triunfos, si los hubo, son quizá auténticos, pero no espectaculares. En lo que podría llamarse mi carrera de honores, he llegado a jefe de laboratorio. Tengo casa propia y un buen pasar. Es verdad que algunas fórmulas mías originaron bálsamos, pomadas y tinturas que exhiben los anaqueles de todas las farmacias de nuestro vasto país y que según afirman por ahí alivian a no pocos enfermos.
Yo me he permitido dudar, porque la relación entre el específico y la enfermedad me parece bastante misteriosa. Sin embargo, cuando entreví la fórmula de mi tónico Hierro Plus, tuve la ansiedad y la certeza del triunfo y empecé a botaratear jactanciosamente, a decir que en farmacopea y en medicina, óiganme bien, como lo atestiguan las páginas de "Caras y Caretas", la gente consumía infinidad de tónicos y reconstituyentes, hasta que un día llegaron las vitaminas y barrieron con ellos, como si fueran embelecos. El resultado está a la vista. Se desacreditaron las vitaminas, lo que era inevitable, y en vano recurre el mundo hoy a la farmacia para mitigar su debilidad y su cansancio.
Cuesta creerlo, pero mi nuera se preocupaba por la inapetencia de su hija menor.
En efecto, la pobre Margarita, de pelo dorado y ojos azules, lánguida, pálida, juiciosa, parecía una estampa del siglo XIX, la típica niña que según una tradición o superstición está destinada a reunirse muy temprano con los ángeles.
Mi nunca negada habilidad de cocinero de remedios, acuciada por el ansia de ver restablecida a la nieta, funcionó rápidamente e inventé el tónico ya mencionado. Su eficacia es prodigiosa. Cuatro cucharadas diarias bastaron para transformar, en pocas semanas, a Margarita, que ahora reboza de buen color, ha crecido, se ha ensanchado y manifiesta una voracidad satisfactoria, casi diría inquietante. Con determinación y firmeza busca la comida y, si alguien se la niega, arremete con enojo. Hoy por la mañana, a la hora del desayuno, en el comedor de diario, me esperaba un espectáculo que no olvidaré así nomás. En el centro de la mesa estaba sentada la niña, con una medialuna en cada mano. Creí notar en sus mejillas de muñeca rubia una coloración demasiado roja. Estaba embadurnada de dulce y de sangre. Los restos de la familia reposaban unos contra otros con las cabezas juntas, en un rincón del cuarto. Mi hijo, todavía con vida, encontró fuerzas para pronunciar sus últimas palabras.
-Margarita no tiene la culpa.
Las dijo en ese tono de reproche que habitualmente empleaba conmigo.
-A vos todo te sale bien.
El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menos, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía:
-No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente.
-El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba.
-Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad.
-No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.
A pesar de su inteligencia, mi nuera no lograba convencerme. En busca de culpas examiné retrospectivamente mi vida, que ha transcurrido entre libros de química y en un laboratorio de productos farmacéuticos. Mis triunfos, si los hubo, son quizá auténticos, pero no espectaculares. En lo que podría llamarse mi carrera de honores, he llegado a jefe de laboratorio. Tengo casa propia y un buen pasar. Es verdad que algunas fórmulas mías originaron bálsamos, pomadas y tinturas que exhiben los anaqueles de todas las farmacias de nuestro vasto país y que según afirman por ahí alivian a no pocos enfermos.
Yo me he permitido dudar, porque la relación entre el específico y la enfermedad me parece bastante misteriosa. Sin embargo, cuando entreví la fórmula de mi tónico Hierro Plus, tuve la ansiedad y la certeza del triunfo y empecé a botaratear jactanciosamente, a decir que en farmacopea y en medicina, óiganme bien, como lo atestiguan las páginas de "Caras y Caretas", la gente consumía infinidad de tónicos y reconstituyentes, hasta que un día llegaron las vitaminas y barrieron con ellos, como si fueran embelecos. El resultado está a la vista. Se desacreditaron las vitaminas, lo que era inevitable, y en vano recurre el mundo hoy a la farmacia para mitigar su debilidad y su cansancio.
Cuesta creerlo, pero mi nuera se preocupaba por la inapetencia de su hija menor.
En efecto, la pobre Margarita, de pelo dorado y ojos azules, lánguida, pálida, juiciosa, parecía una estampa del siglo XIX, la típica niña que según una tradición o superstición está destinada a reunirse muy temprano con los ángeles.
Mi nunca negada habilidad de cocinero de remedios, acuciada por el ansia de ver restablecida a la nieta, funcionó rápidamente e inventé el tónico ya mencionado. Su eficacia es prodigiosa. Cuatro cucharadas diarias bastaron para transformar, en pocas semanas, a Margarita, que ahora reboza de buen color, ha crecido, se ha ensanchado y manifiesta una voracidad satisfactoria, casi diría inquietante. Con determinación y firmeza busca la comida y, si alguien se la niega, arremete con enojo. Hoy por la mañana, a la hora del desayuno, en el comedor de diario, me esperaba un espectáculo que no olvidaré así nomás. En el centro de la mesa estaba sentada la niña, con una medialuna en cada mano. Creí notar en sus mejillas de muñeca rubia una coloración demasiado roja. Estaba embadurnada de dulce y de sangre. Los restos de la familia reposaban unos contra otros con las cabezas juntas, en un rincón del cuarto. Mi hijo, todavía con vida, encontró fuerzas para pronunciar sus últimas palabras.
-Margarita no tiene la culpa.
Las dijo en ese tono de reproche que habitualmente empleaba conmigo.
domingo, 27 de julio de 2008
Poema de amor - Roque Dalton
Los que ampliaron el Canal de Panamá
(y fueron clasificados como "silver roll" y no como "gold roll"),
los que repararon la flota del Pacífico
en las bases de California,
los que se pudrieron en la cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos,
los siempre sospechosos de todo
("me permito remitirle al interfecto
por esquinero sospechoso
y con el agravante de ser salvadoreño"),
las que llenaron los bares y los burdeles
de todos los puertos y las capitales de la zona
("La gruta azul", "El Calzoncito", "Happyland"),
los sembradores de maíz en plena selva extranjera,
los reyes de la página roja,
los que nunca sabe nadie de dónde son,
los mejores artesanos del mundo,
los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo
o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla
en el infierno de las bananeras,
los que lloraran borrachos por el himno nacional
bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran puta,
los que apenitas pudieron regresar,
los que tuvieron un poco más de suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,
los primeros en sacar el cuchillo,
los tristes más tristes del mundo,
mis compatriotas,
mis hermanos.
(y fueron clasificados como "silver roll" y no como "gold roll"),
los que repararon la flota del Pacífico
en las bases de California,
los que se pudrieron en la cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos,
los siempre sospechosos de todo
("me permito remitirle al interfecto
por esquinero sospechoso
y con el agravante de ser salvadoreño"),
las que llenaron los bares y los burdeles
de todos los puertos y las capitales de la zona
("La gruta azul", "El Calzoncito", "Happyland"),
los sembradores de maíz en plena selva extranjera,
los reyes de la página roja,
los que nunca sabe nadie de dónde son,
los mejores artesanos del mundo,
los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo
o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla
en el infierno de las bananeras,
los que lloraran borrachos por el himno nacional
bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran puta,
los que apenitas pudieron regresar,
los que tuvieron un poco más de suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,
los primeros en sacar el cuchillo,
los tristes más tristes del mundo,
mis compatriotas,
mis hermanos.
jueves, 24 de julio de 2008
martes, 22 de julio de 2008
domingo, 20 de julio de 2008
viernes, 18 de julio de 2008
Lo Peor Del Amor - Joaquín Sabina
Lo peor del amor cuando termina
son las habitaciones ventiladas,
el montón de reproches sin poesía
la adrenalina en camas separadas.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman al humo de los sueños,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a la hoguera los archivos.
Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos…
son las habitaciones ventiladas,
el montón de reproches sin poesía
la adrenalina en camas separadas.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman al humo de los sueños,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a la hoguera los archivos.
Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos…
miércoles, 16 de julio de 2008
martes, 15 de julio de 2008
Una noche en red - Cle@
Una tardecita de verano transcurría en la ciudad, la pileta terminó junto con el mate verde y lavado. Pensé “en mi casa no se cena hasta después de la 10”. Salí a recorrer la ciudad en bicicleta, pero agotada de no ver a nadie conocido me interné en un cyber de los miles que se encuentran en el pueblo, necesito chequear los mails que hace mucho que no los leo”.
Una vez adentro del cyber, por suerte había máquinas libres, me senté e intenté aislarme del mundo. Era la primera vez que entraba en ese local, me asustó bastante el hecho de que los diferentes sonidos de todas las máquinas retumben en mis oídos. Era un kilombo, bah. No había auriculares en los box, por lo tanto, además de los insultos y peleas de los otros clientes que se baleaban entre sí con el Counter Strike, o los goles del FIFA, me enteraba cuando en el box vecino se recibía algún mensaje de MSN.
En fin, me senté igual en mi box, resignada al ruido externo. Abrí mis cinco casillas de correo electrónico, una designada para cada caso especial: amigos, publicidades, búsquedas laborales y otras que quedaron y las sigo manteniendo por las dudas. Para mi sorpresa, pese al nuevo año, no tenía e-mail para responder, sólo la publicidades innecesarias o spam, como se las llama en la jerga cibernética, para borrar.
“Parece que mis amigos se olvidaron de mí.....Tendré que buscar nuevos amigos, aunque estos sean virtuales”. Entonces, entré en las diferentes páginas web que ofertan una de las cosas que más me suelen aburrir. Me dispuse a chatear.
“A dónde voy, a yahoo, a latinchat, a algún otro lado...?” Y bueno, eran las 8, en la tele, suele no haber nada, finalmente abrí yahoo. Así me metí a navegar en un mundo de fantasías, me inventé personajes, inventé historias, mis intenciones eran divertirme. Encontré en las diferentes salas a otros anónimos que buscaban lo mismo que yo. Y sí, chatee, con varios, algunos ya amigos que estaban online también y con otros ilustres desconocidos. Estaba el Gato de Santa Fe, que en realidad trabaja como docente universitario en Río Turbio, estaba mi amiga que hace ocho años se fue a Francia. También conocí a Marcelo de San Martín, a una argentina radicada en España que se dedica a escribir y hacer páginas web, a un español que trabaja en Chile en una empresa petrolera. Me encontré por primera vez con Agustina, una santiagueña estudiando en New York.
Y yo seguía ahí, chateando, intercambiando opiniones de lo que pasa en el mundo, fantaseando con ir a visitarlos alguna vez para conocer los lugares dónde estaban ellos. Aunque debo admitir que a alguno le mentí. Me hice pasar por cordobesa, alta, rubia y de 20 años. También fui Claudia de Mendoza que estaba a punto de irse a probar suerte a Miami. A cada uno le podía decir algo distinto. Después de todo, el internet y el chat, además cumplen esa función. Pude jugar a ser distintas personas en una tarde, me reía sola porque en menos de cinco horas pasé de ser yo misma a una ser una señora de 50 años que se adueñó de la PC de su hija para pasar esa tarde aburrida y así entretenerse un rato.
Me divertí, reí, lloré y disfruté de no ser yo misma, de conocer y no conocer a otras personas que estaban frente a un monitor, igual que yo, igual que la gente a mi alrededor. Todos en distintos lugares físicos, pero en el mismo lugar virtual.
Pasaron las horas, los ruidos del cyber me seguían molestando pero tal vez en menor medida, habían cambiado, la gente de allí había cambiado, incluso el que atendía era otro. Ahora uno puso una radio de fondo que pasaba música en español, hasta a veces cantaba en voz alta.
Mis amigos virtuales de a poco se fueron desconectando, yo llevaba más de $5. Cerré todas mis ventanas, volví a la vida real, pagué, tomé mi bicicleta, con el calor veraniego zumbaba un viento fresco que se hacía lugar esquivando mi cara. Fui, sobre ruedas, recordando mis diálogos descolgándome poco a poco de la red.
Una vez adentro del cyber, por suerte había máquinas libres, me senté e intenté aislarme del mundo. Era la primera vez que entraba en ese local, me asustó bastante el hecho de que los diferentes sonidos de todas las máquinas retumben en mis oídos. Era un kilombo, bah. No había auriculares en los box, por lo tanto, además de los insultos y peleas de los otros clientes que se baleaban entre sí con el Counter Strike, o los goles del FIFA, me enteraba cuando en el box vecino se recibía algún mensaje de MSN.
En fin, me senté igual en mi box, resignada al ruido externo. Abrí mis cinco casillas de correo electrónico, una designada para cada caso especial: amigos, publicidades, búsquedas laborales y otras que quedaron y las sigo manteniendo por las dudas. Para mi sorpresa, pese al nuevo año, no tenía e-mail para responder, sólo la publicidades innecesarias o spam, como se las llama en la jerga cibernética, para borrar.
“Parece que mis amigos se olvidaron de mí.....Tendré que buscar nuevos amigos, aunque estos sean virtuales”. Entonces, entré en las diferentes páginas web que ofertan una de las cosas que más me suelen aburrir. Me dispuse a chatear.
“A dónde voy, a yahoo, a latinchat, a algún otro lado...?” Y bueno, eran las 8, en la tele, suele no haber nada, finalmente abrí yahoo. Así me metí a navegar en un mundo de fantasías, me inventé personajes, inventé historias, mis intenciones eran divertirme. Encontré en las diferentes salas a otros anónimos que buscaban lo mismo que yo. Y sí, chatee, con varios, algunos ya amigos que estaban online también y con otros ilustres desconocidos. Estaba el Gato de Santa Fe, que en realidad trabaja como docente universitario en Río Turbio, estaba mi amiga que hace ocho años se fue a Francia. También conocí a Marcelo de San Martín, a una argentina radicada en España que se dedica a escribir y hacer páginas web, a un español que trabaja en Chile en una empresa petrolera. Me encontré por primera vez con Agustina, una santiagueña estudiando en New York.
Y yo seguía ahí, chateando, intercambiando opiniones de lo que pasa en el mundo, fantaseando con ir a visitarlos alguna vez para conocer los lugares dónde estaban ellos. Aunque debo admitir que a alguno le mentí. Me hice pasar por cordobesa, alta, rubia y de 20 años. También fui Claudia de Mendoza que estaba a punto de irse a probar suerte a Miami. A cada uno le podía decir algo distinto. Después de todo, el internet y el chat, además cumplen esa función. Pude jugar a ser distintas personas en una tarde, me reía sola porque en menos de cinco horas pasé de ser yo misma a una ser una señora de 50 años que se adueñó de la PC de su hija para pasar esa tarde aburrida y así entretenerse un rato.
Me divertí, reí, lloré y disfruté de no ser yo misma, de conocer y no conocer a otras personas que estaban frente a un monitor, igual que yo, igual que la gente a mi alrededor. Todos en distintos lugares físicos, pero en el mismo lugar virtual.
Pasaron las horas, los ruidos del cyber me seguían molestando pero tal vez en menor medida, habían cambiado, la gente de allí había cambiado, incluso el que atendía era otro. Ahora uno puso una radio de fondo que pasaba música en español, hasta a veces cantaba en voz alta.
Mis amigos virtuales de a poco se fueron desconectando, yo llevaba más de $5. Cerré todas mis ventanas, volví a la vida real, pagué, tomé mi bicicleta, con el calor veraniego zumbaba un viento fresco que se hacía lugar esquivando mi cara. Fui, sobre ruedas, recordando mis diálogos descolgándome poco a poco de la red.
lunes, 14 de julio de 2008
viernes, 11 de julio de 2008
Mar Adentro - Ramón Sampedro
Mar adentro, mar adentro,
y en la ingravidez del fondo
donde se cumplen los sueños,
se juntan dos voluntades
para cumplir un deseo.
Un beso enciende la vida
con un relámpago y un trueno,
y en una metamorfosis
mi cuerpo no es ya mi cuerpo;
es como penetrar al centro del universo:
El abrazo más pueril,
y el más puro de los besos,
hasta vernos reducidos
en un único deseo:
Tu mirada y mi mirada
como un eco repitiendo, sin palabras:
más adentro, más adentro,
hasta el más allá del todo
por la sangre y por los huesos.
Pero me despierto siempre
y siempre quiero estar muerto
para seguir con mi boca
enredada en tus cabellos.