domingo, 6 de enero de 2013

Cierre del ciclo de peñas de El Limonero

(Colaboración: Carlos Russo) Sonaron las cajas y las coplas, zambas y chacareras. Saltando, un gato, trepó la vieja columna de hierro del corredor amigo, y en la trasnoche, cuando la fiesta se resiste a terminar, apareció un tango pidiendo permiso. Rumbo al carnaval del norte, entre la harina de la añoranza que vuelve sombras a los cuerpos en el recuerdo, se despidió a fines de diciembre el ciclo de peñas de El Limonero, que durante el año llevaron adelante con mucho cariño y dedicación, y con la discreción que las caracteriza, Virginia Altube y Marilina Erramuspe, con el apoyo generoso y amable de Pablo Russo. Ellas, agradecidas con la gratitud de quien tiene la dicha de poder hacer lo que le gusta, cantaron sus últimas canciones del ciclo con una entrega, una armonía musical y humana que las iluminó verdaderamente, a pesar del cansancio y el esfuerzo del trabajo a pulmón cuando lo que se hace es por una convicción interior que trasciende a cualquier circunstancia.

Cada viernes compartieron su amor por la música y nuestra cultura, muchísimos artistas locales y de la zona en un espacio genuino y valioso generado desde la iniciativa de quienes valoran sinceramente la cultura popular sin detrimento de la calidad y la diversidad de géneros y estilos. Un espacio abierto sin ningún tipo de especulaciones ni prejuicios. Valga un reconocimiento social para esta forma de gestionar democráticamente la cultura que, desde esa perspectiva, se transforma en construcción de una comunidad, de un pueblo, la cultura hecha por todos y para todos.
Con el andar de las peñas a lo largo del año y con los incontables eventos que se realizaron iba lentamente creciendo la nostalgia de una despedida anunciada, ya que este fue el último año en el que el Movimiento Cultural El Limonero funcionó en la vieja y querida casona de la calle 36.
Cuando se cierren -inminentemente- por última vez,  las puertas de aquel zaguán que invitaba a entrar en otro tiempo de la vida, quedará la memoria  emocional de un túnel rojizo cuyo traspaso preparaba para un mundo de colores y sonidos,  y amigos andando los viejos mosaicos calcáreos con dibujos en series incompletas, rebeldes, del patio “Octimio Landi”, y el escenario tan generoso con los artistas como con el público, las ventanas que cuando uno pasaba caminando por la vereda mostraban, como vidrieras, que existen huecos para otras formas de la vida que permanecen al margen de la alienación y del pequeño interés  de lo cotidiano.
Si fuera posible que los árboles sintieran, cuando se cierren por última vez aquellas puertas, qué emoción quedará en las venas del viejo limonero lleno de serenatas y conversaciones compartidas bajo la luz de tantas lunas. Dice Hermann Hesse en "El caminante": "Los árboles son santuarios. Quien sabe hablar con ellos, quien sabe escucharles, aprende la verdad. No predican doctrinas y recetas, predican, indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida." 
Solitario limonero del fondo del patio, anfitrión discreto y noble, gracias por tu presencia y por tu nombre que volará inmaterial, trascendente, a otros rumbos, a una nueva vida. Te queda un silencio lleno de ecos y reflejos, de palabras y manos que se dieron en un tiempo de árbol.

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