(Por Susana Spano) El Grupo “Saltimbanquis” recreó una obra de Hugo Midón,
con el talento al que nos tiene acostumbrados.
Es un lugar común, para propios y ajenos,
considerar a la literatura infantil como un género menor. Lejos de ello, es uno
de los ámbitos de la literatura que
atesora numerosos títulos y obras que han encantado y encantan a los niños del
mundo. Ejemplos de ellos son: las recopilaciones de cuentos tradicionales de
los Hermanos Grimm, Las aventuras de Pinocchio de Coloddi, Alicia en el País De las Maravillas, de Lewis Carrol, por no citar más que algunos ejemplos paradigmáticos.
Vale la pena puntualizar que, cuando hacemos mención de estos textos nos
referimos a sus versiones originales y no a la infinidad de adaptaciones o a
ciertas almibaradas películas, que no hicieron más que desvirtuar el verdadero
sentido de éstos.
Cuando hablamos de teatro infantil
ocurre algo similar. Infinidad de veces hemos visto obras ideadas con un fin
más comercial que artístico, donde, una y otra vez, se subestima al pequeño
espectador, ofreciendo versiones que distan mucho de tener inteligencia o
creatividad.
Sin embargo, en la década de los 70,
un actor, autor y director teatral, ocupó los escenarios porteños con una
propuesta innovadora, dirigida a niños curiosos, inteligentes, imaginativos y
con capacidad de juego, constructores de sentido e interlocutores valiosísimos
para mirar el mundo. Nos estamos refiriendo a Hugo Midón, uno de los más importantes creadores del teatro
infantil argentino.
Su primera obra fue “La Vuelta de la Manzana”, que estuvo
en cartel durante diez temporadas seguidas. Un espectáculo que, como el mismo
Midón declaró en cierta oportunidad, “está ligado a la intención que yo tengo de comunicar a un espectador de
distintas edades. A todo ese público nos dirigimos con un espectáculo que tiene
distintas lecturas, según la edad y la experiencia del espectador”
Han
pasado más de cuarenta años desde el estreno de “La Vuelta de la Manzana” pero su espíritu, como sucede con los
buenos textos, permanece inalterable.; es por ello que el Grupo “Saltimbanquis”
decidió subir a escena una adaptación y presentó un excelente espectáculo que
hizo las delicias de niños y grandes: “ Nicolás…¿Adónde vas?
La trama,
sencilla, nos cuenta la historia de un espantapájaros – Nicolás -- que, aburrido de
vivir siempre en una granja, decide salir a recorrer el mundo en busca de
aventuras.
El
personaje quiere cambiar de vida, encontrar un trabajo que lo haga feliz y dejar
la aburrida quietud de su antigua
ocupación.
En su
derrotero llega a una ciudad donde todos marchan apurados y no tienen tiempo
para fijarse en él. Tropieza entonces con una joven estudiante (Inés Brindo), quien queda sorprendida
por su extraña vestimenta y le informa que en una panadería cercana están
buscando un empleado.
En la
panadería comienza la primera aventura, con un panadero francés, muy
sofisticado que le enseñará a hacer
panqueques junto a sus dos asistentes, sin éxito. Después de la experiencia
fallida Nicolás, intenta ser bicicletero y fracasa nuevamente.
Desalentado,
se encuentra con un grupo de vecinas, atormentadas por un villano temible: “El Señor Basureti”, que ha hecho de
sus vidas un infierno por la suciedad que deja en las casas del barrio.
Nicolás decide ayudarlas y comienzan una serie de equívocos
desopilantes, de los que participa activamente la platea infantil.
El final
nos muestra a un Nicolás que encuentra
su verdadera vocación, al tiempo que deja un bello mensaje de optimismo y
esperanza.
Anita Mariela, dio vida al inefable espantapájaros, mostrando su
potencial escénico, no solo por la energía que demanda la composición del
personaje, sino también en la ductilidad corporal que demostró a la hora de
bailar y cantar.
Esta
prometedora y joven actriz, es dueña de
un gran talento interpretativo y un notable carisma que le auguran un brillante
futuro en la escena.
Juan Ignacio Carbone, fue un “Basureti”
que cumplió con todos los cánones del villano de la obra. Su profunda voz de
bajo colaboró para darle más credibilidad al personaje y el histrionismo
escénico que desplegó ejerció un atractivo especial en la platea infantil.
Pety Quiles, Graciela Madrigal y Graciela Becerro, tuvieron
momentos desopilantes que mostraron, una vez más su solvencia interpretativa.
Alberto Brunetti, fue un sofisticado y refinado panadero francés que se movió
con soltura en el escenario.
Estupendo
el trabajo corporal de los bicileteros – Marcela
Defelippe, Julio Brunetti, Milagros Carbone, que mostraron gran solvencia
en la actuación y en la interpretación de las canciones.
Un párrafo aparte merece la actuación de Juan Riolfo, en su composición de Timuyin, animando al gigantesco muñeco, en un baile
perfecto.
Mirta Siri, fue una mamá sobre
protectora muy convincente y excelente
la recreación de los pintores: Inés
Brindo, María Luz y Marcela Defelippe.
Correcta fue también la participación de Belén García y Elena Rodríguez, Anita
Falabella y Martina Bogarín
La obra requiere,
por su estructura, de permanentes cambios escénicos que no deben entorpecer el
ritmo de la acción.
La puesta
en escena que ideó la directora de la obra
- Papina Mariela – tuvo todos
los elementos necesarios para cumplir con este cometido, prestando atención a
los mínimos detalles y dotándola de un alto sentido estético.
El
vestuario fue colorido y apropiado, así
como el manejo de luces y la banda sonora con canciones creadas especialmente
para esta adaptación, como la “Canción
de Basureti” de Juan Ignacio Carbone.
En suma
un espectáculo deslumbrante, no solo para los niños, sino para quienes los
acompañaron y que reafirma los conceptos de Ariel Bufano, un maestro titiritero que estuvo muchos años en el
Teatro San Martín: ‘no hay rosas para niños y rosas para adultos’, no hay paisajes para
niños y paisajes para adultos. El paisaje es el mismo, la obra es la misma,
pero con esa obra un chico de dos años va a hacer una experiencia y el adulto
va a hacer otra, y es así como tiene que ser. Por eso, nosotros lo llamamos
teatro para todo público, no teatro para niños”.
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