Una tardecita de verano transcurría en la ciudad, la pileta terminó junto con el mate verde y lavado. Pensé “en mi casa no se cena hasta después de la 10”. Salí a recorrer la ciudad en bicicleta, pero agotada de no ver a nadie conocido me interné en un cyber de los miles que se encuentran en el pueblo, necesito chequear los mails que hace mucho que no los leo”.
Una vez adentro del cyber, por suerte había máquinas libres, me senté e intenté aislarme del mundo. Era la primera vez que entraba en ese local, me asustó bastante el hecho de que los diferentes sonidos de todas las máquinas retumben en mis oídos. Era un kilombo, bah. No había auriculares en los box, por lo tanto, además de los insultos y peleas de los otros clientes que se baleaban entre sí con el Counter Strike, o los goles del FIFA, me enteraba cuando en el box vecino se recibía algún mensaje de MSN.
En fin, me senté igual en mi box, resignada al ruido externo. Abrí mis cinco casillas de correo electrónico, una designada para cada caso especial: amigos, publicidades, búsquedas laborales y otras que quedaron y las sigo manteniendo por las dudas. Para mi sorpresa, pese al nuevo año, no tenía e-mail para responder, sólo la publicidades innecesarias o spam, como se las llama en la jerga cibernética, para borrar.
“Parece que mis amigos se olvidaron de mí.....Tendré que buscar nuevos amigos, aunque estos sean virtuales”. Entonces, entré en las diferentes páginas web que ofertan una de las cosas que más me suelen aburrir. Me dispuse a chatear.
“A dónde voy, a yahoo, a latinchat, a algún otro lado...?” Y bueno, eran las 8, en la tele, suele no haber nada, finalmente abrí yahoo. Así me metí a navegar en un mundo de fantasías, me inventé personajes, inventé historias, mis intenciones eran divertirme. Encontré en las diferentes salas a otros anónimos que buscaban lo mismo que yo. Y sí, chatee, con varios, algunos ya amigos que estaban online también y con otros ilustres desconocidos. Estaba el Gato de Santa Fe, que en realidad trabaja como docente universitario en Río Turbio, estaba mi amiga que hace ocho años se fue a Francia. También conocí a Marcelo de San Martín, a una argentina radicada en España que se dedica a escribir y hacer páginas web, a un español que trabaja en Chile en una empresa petrolera. Me encontré por primera vez con Agustina, una santiagueña estudiando en New York.
Y yo seguía ahí, chateando, intercambiando opiniones de lo que pasa en el mundo, fantaseando con ir a visitarlos alguna vez para conocer los lugares dónde estaban ellos. Aunque debo admitir que a alguno le mentí. Me hice pasar por cordobesa, alta, rubia y de 20 años. También fui Claudia de Mendoza que estaba a punto de irse a probar suerte a Miami. A cada uno le podía decir algo distinto. Después de todo, el internet y el chat, además cumplen esa función. Pude jugar a ser distintas personas en una tarde, me reía sola porque en menos de cinco horas pasé de ser yo misma a una ser una señora de 50 años que se adueñó de la PC de su hija para pasar esa tarde aburrida y así entretenerse un rato.
Me divertí, reí, lloré y disfruté de no ser yo misma, de conocer y no conocer a otras personas que estaban frente a un monitor, igual que yo, igual que la gente a mi alrededor. Todos en distintos lugares físicos, pero en el mismo lugar virtual.
Pasaron las horas, los ruidos del cyber me seguían molestando pero tal vez en menor medida, habían cambiado, la gente de allí había cambiado, incluso el que atendía era otro. Ahora uno puso una radio de fondo que pasaba música en español, hasta a veces cantaba en voz alta.
Mis amigos virtuales de a poco se fueron desconectando, yo llevaba más de $5. Cerré todas mis ventanas, volví a la vida real, pagué, tomé mi bicicleta, con el calor veraniego zumbaba un viento fresco que se hacía lugar esquivando mi cara. Fui, sobre ruedas, recordando mis diálogos descolgándome poco a poco de la red.
Una vez adentro del cyber, por suerte había máquinas libres, me senté e intenté aislarme del mundo. Era la primera vez que entraba en ese local, me asustó bastante el hecho de que los diferentes sonidos de todas las máquinas retumben en mis oídos. Era un kilombo, bah. No había auriculares en los box, por lo tanto, además de los insultos y peleas de los otros clientes que se baleaban entre sí con el Counter Strike, o los goles del FIFA, me enteraba cuando en el box vecino se recibía algún mensaje de MSN.
En fin, me senté igual en mi box, resignada al ruido externo. Abrí mis cinco casillas de correo electrónico, una designada para cada caso especial: amigos, publicidades, búsquedas laborales y otras que quedaron y las sigo manteniendo por las dudas. Para mi sorpresa, pese al nuevo año, no tenía e-mail para responder, sólo la publicidades innecesarias o spam, como se las llama en la jerga cibernética, para borrar.
“Parece que mis amigos se olvidaron de mí.....Tendré que buscar nuevos amigos, aunque estos sean virtuales”. Entonces, entré en las diferentes páginas web que ofertan una de las cosas que más me suelen aburrir. Me dispuse a chatear.
“A dónde voy, a yahoo, a latinchat, a algún otro lado...?” Y bueno, eran las 8, en la tele, suele no haber nada, finalmente abrí yahoo. Así me metí a navegar en un mundo de fantasías, me inventé personajes, inventé historias, mis intenciones eran divertirme. Encontré en las diferentes salas a otros anónimos que buscaban lo mismo que yo. Y sí, chatee, con varios, algunos ya amigos que estaban online también y con otros ilustres desconocidos. Estaba el Gato de Santa Fe, que en realidad trabaja como docente universitario en Río Turbio, estaba mi amiga que hace ocho años se fue a Francia. También conocí a Marcelo de San Martín, a una argentina radicada en España que se dedica a escribir y hacer páginas web, a un español que trabaja en Chile en una empresa petrolera. Me encontré por primera vez con Agustina, una santiagueña estudiando en New York.
Y yo seguía ahí, chateando, intercambiando opiniones de lo que pasa en el mundo, fantaseando con ir a visitarlos alguna vez para conocer los lugares dónde estaban ellos. Aunque debo admitir que a alguno le mentí. Me hice pasar por cordobesa, alta, rubia y de 20 años. También fui Claudia de Mendoza que estaba a punto de irse a probar suerte a Miami. A cada uno le podía decir algo distinto. Después de todo, el internet y el chat, además cumplen esa función. Pude jugar a ser distintas personas en una tarde, me reía sola porque en menos de cinco horas pasé de ser yo misma a una ser una señora de 50 años que se adueñó de la PC de su hija para pasar esa tarde aburrida y así entretenerse un rato.
Me divertí, reí, lloré y disfruté de no ser yo misma, de conocer y no conocer a otras personas que estaban frente a un monitor, igual que yo, igual que la gente a mi alrededor. Todos en distintos lugares físicos, pero en el mismo lugar virtual.
Pasaron las horas, los ruidos del cyber me seguían molestando pero tal vez en menor medida, habían cambiado, la gente de allí había cambiado, incluso el que atendía era otro. Ahora uno puso una radio de fondo que pasaba música en español, hasta a veces cantaba en voz alta.
Mis amigos virtuales de a poco se fueron desconectando, yo llevaba más de $5. Cerré todas mis ventanas, volví a la vida real, pagué, tomé mi bicicleta, con el calor veraniego zumbaba un viento fresco que se hacía lugar esquivando mi cara. Fui, sobre ruedas, recordando mis diálogos descolgándome poco a poco de la red.
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