(Por Susana Spano) El monólogo es un discurso particular en el que un personaje sin dirigirse a ningún interlocutor habla, sin esperar respuesta. El hecho de no esperar respuesta de ningún interlocutor hace que las frases sean más largas que las del diálogo, lo cual afecta el ritmo que siempre es más intimista. El monólogo establece, además, una cierta complicidad con el espectador, que se convierte en receptor de la intimidad de los personajes.
Un subgénero de estas características necesita de un texto sólido y una interpretación de excelencia. El Teatro Talía, con su puesta en escena “Hay que vivir y dejar vivir” de Carlos Pais, cumple con esta premisa.
A través de tres monólogos se desarrollan distintos momentos y actitudes de personajes particulares: el primero, encarnado por Marcelino Bolia, descubre a un hombre encerrado en sí mismo, presa de sus miedos, que ha encontrado refugio en el sótano de su casa, donde tiene un mundo propio que le otorga seguridad. El discurso del personaje intercala sus angustias con distintos momentos de la historia contemporánea argentina, a través de detalles exactos en referencias topográficas y cronológicas que le da al discurso la contundencia de la crónica histórica. Marcelino Bolia interpreta con justeza un papel complejo y de difícil composición, otorgándole la hondura y el dramatismo que requiere. Sus parlamentos transmiten el ascenso espiralado de la angustia del personaje, asumiendo por momentos matices patéticos que conmueven.
Roberto Altieri da vida a un hombre de edad madura que vive una aventura extra matrimonial. El suyo es un personaje más liviano, en apariencia, que nos relata el cómo y el cuándo ocurrieron los hechos que precipitaron esta transgresión que se permite, después de un largo y monótono matrimonio. Su parlamento requiere una elaborada y creciente evolución erótica que refleje la pasión alternada con los remordimientos por la transgresión familiar, que el personaje se empeña en desestimar, una y otra vez. Roberto Altieri anima con solvencia al cincuentón canchero, típicamente porteño, alma de las fiestas de la oficina y a quien le gusta seducir. Su personaje, aparentemente liviano, sabiamente colocado en la escena y que despoja de tensión el espectáculo, tiene algunos momentos de vacilación que dejan interrogantes.
Guillermo Traverso cierra la tríada con un personaje entrañable: “Cotolengo”, el vagabundo que llega al bar a tomar un trago es un personaje entrañable que todo actor desearía interpretar. Su discurso, rico en expresividad, requiere de un histrionismo particular pues debe traer a la escena personajes evocados, con sus tics y matices que permiten al espectador “verlos” junto a él. Guillermo Traverso, en un papel que le queda a la medida, ofrece una verdadera creación de este ser marginal que se mueve entre lo áspero y lo tierno, entregándonos un verdadero canto a la amistad a través de una actuación excelente que muestra un actor en permanente superación que es capaz de asumir importantes desafíos.
La dirección de Roberto Altieri fue acertada y descubrió las aristas más sensibles del texto. Buena la escenografía – especialmente la del bar – excelente la música y la iluminación. “Hay que Vivir y Dejar Vivir” no solamente es un buen texto, sino que tuvo el complemento de una excelente interpretación con la que el teatro Talía jerarquiza, una vez más, la cartelera mercedina.
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