martes, 6 de octubre de 2015

“La vida es demasiado importante para hablar de ella en serio”, Joe Orton


(Por Susana Spano) La mentalidad de ciertos pueblos parece más inclinada a ejercer el sentido del humor que otros, como si el idioma favoreciera la capacidad de la ironía, la percepción satírica de la realidad y la posibilidad de burlarse de uno mismo. Eso es lo que ocurre con los ingleses que, con el correr de los siglos, han dado testimonio de su sentido del humor: desde los medievales “The Canterbury Tales” (Cuentos de Canterbury, 1380) de Geoffrey Chaucer hasta nuestros días y siguen manteniendo características que le son propias como la ironía punzante y, por momentos, mordaz. Un humor al que hay que darle más de una vuelta para comprenderlo en toda su extensión.



 Joe Orton (Leicester, 1 de enero de 1933 - Londres, 9 de agosto de 1967) fue un dramaturgo británico que, en su corta pero prolífica carrera, asombró y escandalizó a las audiencias con sus agudas comedias y se convirtió en el maestro de la farsa de su tiempo.

 “Todo problema de la sociedad occidental de hoy es que no hay nada digno de ocultar”, escribió Orton en su diario promediando los años 60, y fiel a este principio pareció encarar los temas de sus obras, escritas en el contexto cultural del primer hippismo, el rock, el ácido lisérgico y la liberación sexual. En 1966 escribe una farsa que no pudo ver estrenada: “Lo que vio el Mayordomo”, que cuando por fin se estrenó (dos años después de su muerte) desató polémicas de todo tipo. El Grupo “Entretelones”, a través de una rigurosa traducción de Víctor Stábile y una magnífica puesta, subió a escena esta obra, con el título de “Lo que vio el Botones”.

La obra transcurre en una clínica de enfermos mentales. Allí, un incidente de poca monta desencadenará una serie de enredos, confusiones y malos entendidos que harán las delicias de la platea. El despliegue de situaciones absurdas que se irán tejiendo en torno a los personajes, mantiene en vilo al espectador que va, de sorpresa en sorpresa, hasta el inesperado final. Un texto semejante posee varias complejidades: parlamentos extensos y una acción física constante que debe alcanzar, por momentos, un ritmo desmesurado.

Todo ello fue sorteado sin dificultad por los intérpretes. Eduardo Grinovero encarnó al Dr. Prentice, el dueño de la clínica que se ve envuelto en un enredo fenomenal. Compuso su personaje con todos los recursos histriónicos que éste requiere para ser convincente. Manejó la acción y los aspectos gestuales con su profesionalismo acostumbrado y vistió al personaje con cada acción hilarante o absurda que la ocasión requirió.

 Karina Ricchini es una excelente actriz, su intuición interpretativa puede transformarla en una fenomenal actriz dramática o en una comediante increíble. Su interpretación de Geraldine Barclay hizo honor a su historial artístico. A pesar de no tener un texto excesivamente extenso, su manejo corporal fue inmejorable y provocó en el auditorio la carcajada espontánea.

Luján Biaggini interpretó a la Sra. Prentice con solvencia y convicción. El gesto, la expresión de su rostro y sus parlamentos, la convirtieron en la típica dama inglesa que interpreta una vida que está lejos de vivir. 

David Herrera (en su debut como actor) interpretó a Nicholas Beckett, el botones que armará, con su presencia, las situaciones más disparatadas de la obra. Un verdadero desafío para este joven intérprete que tuvo que componer dos papeles y salió airoso del desafío.

Un párrafo aparte merece la interpretación de Ricardo Boffi, que dio vida al Dr. Rance. Su composición fue magnífica, no solo por la complejidad del texto que abordó, sino por el desarrollo de su actividad escénica, que en ningún momento decayó, dotando al personaje de todos los tics y clichés que éste demanda. Un verdadero desafío actoral que cumplió con creces.

 Matías Vita interpretó al Sargento Match correctamente, fluctuando entre la severidad y el delirio al que es sometido su personaje.

La escenografía fue diseñada estratégicamente para permitir las distintas entradas de los personajes y fue buena la iluminación.

La dirección de Víctor Stábile estuvo dedicada esencialmente a respetar el texto original, que conoce a la perfección y al espíritu que guió a Orton, que no es otro que el de ese botones que mira por el ojo de la cerradura para denunciar la moral burguesa, como él mismo la veía, invitando al público a compartir su mirada.

Un espectáculo excelente, con grandes actores y una excelente dirección. ¡No se lo pierda! La obra pudo verse este sábado y domingo y podrá apreciarse el próximo fin de semana entre viernes y domingo a las 20.30 horas, en el Centro Cultural Teatro Argentino, con entradas a 80 pesos

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